Tanguy by Michel del Castillo

Tanguy by Michel del Castillo

autor:Michel del Castillo [Castillo, Michel del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1957-01-01T00:00:00+00:00


II

LAS ILUSIONES DESTRUIDAS

«… qué duro debía ser vivir

solamente con lo que uno sabe y

recuerda y privado de lo que espera».

(La Peste, ALBERT CAMUS).

* * *

I

* * *

Apoyada la frente contra el frío cristal de la ventana, Tanguy miraba cómo el campo alemán corría al encuentro del tren. Aún no había recobrado del todo la vista, pero gracias a unas gafas especiales, comenzaba a distinguir con bastante nitidez las cosas. Observaba lleno de tristeza aquel país arrasado por la guerra. Ruinas por doquiera, por doquiera gente que huía de la zona rusa, llevando a cuestas sus pobres enseres, por doquiera aquella misma multitud anónima y silenciosa que no acababa de comprender la inmensa desdicha que se abatía sobre ella. Las estaciones semidestruidas estaban repletas de refugiados que habían huido ante el avance de los rusos. Niños esqueléticos venían a tender la mano a los repatriados. Corrían tras el tren, aun después de que éste se hubiera puesto en marcha. Gritaban: Ein Stiick Brot, bitte! Brot… Brot!…[15]. Los deportados no daban gran cosa y a veces respondían hasta con insultos.

Tanguy no decía nada. A la salida de Berlín, había distribuido el paquete que le había dado la Cruz Roja. Ahora, lo único que le era posible hacer era contemplar aquella infinita miseria, sobre la cual ni siquiera podía llorar. En su alma un vacío iba ahondando. Las últimas palabras de Gunther le atormentaban: «En una guerra no hay vencedores ni vencidos: no hay más que víctimas».

Pensó en el joven alemán. En realidad, no hacía otra cosa que pensar en él. Era más que una obsesión: la ausencia de una parte de sí mismo. Trató de distraerse, pero no pudo. Pensó en los últimos meses pasados en el campo de concentración; en aquellos días en que había que luchar contra una muerte casi inevitable; en aquellos últimos días antes de la liberación, cuando se quedó tumbado sobre su jergón para dejarse morir, a pesar de que el cañón tronaba ya muy próximo anunciando la libertad; en aquella mano misteriosa que le trajo la sopa y le impidió morir; luego en aquel accidente cuyas causas ignoraba: fue en aquel momento cuando perdió la vista… Recordó la loca euforia de la liberación, a los soldados rusos que lo besaban y lo estrechaban entre los brazos, mientras él no sabía sino llorar.

Todo esto le parecía ya tan lejano a Tanguy. Ahora se encaminaba hacia París, que vería por segunda vez, y hacia España, a la que regresaba después de siete años de ausencia. Había dejado Madrid a los cinco años de edad, una fría noche de 1939; retornaba a su ciudad en pleno verano de 1945… ¿Cuántos años había envejecido?…

El tren llegó a la frontera francesa. Tanguy advirtió una muchedumbre que gritaba y agitaba banderas y banderines. Una banda inició La Marsellesa. Los ojos de Tanguy se nublaron. Se levantó. El tren acababa de detenerse. Ya no estaba en Alemania, pero tampoco del todo en Francia. Las vibrantes notas del himno emocionaron a Tanguy. Pero ya el alcalde de la primera aldea francesa comenzaba su discurso.



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